LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA DE TERESITA


En el aspecto que podemos llamar vivencial, vivencia espiritual mariana, de Teresita la Virgen María ocupa un lugar de primer orden en la vida y en el espíritu de Santa Teresita. Casi podemos decir que Santa Teresita no se explica sin María, sobre todo a partir de la curación milagrosa, el 13 de mayo de l883, a sus diez años, con la sonrisa encantadora de María, sonrisa que le llegó tan dentro del alma, que la recordará siempre. "Tú, que viniste a sonreírme en la mañana de mi vida, ven a sonreírme ahora... Madre, ¡ha llegado la tarde!", le dice a la Virgen cuatro meses antes de morir.

 

Con anterioridad nos da muestras de su amor a la Virgen cuando escribe, recordando momentos de cuando niña, “como era muy pequeña para ir al mes de María, me quedaba con victoria y hacía con ella mis devociones ante mi pequeño altar de María que yo adornaba a mi manera" (MA 15v). Allí rezaba el Acordaos.

 

Santa Teresita, en los años que preceden a su entrada en el Carmelo, esperando este momento feliz, fomentaba y crecía en el amor a su Madre del cielo y cuenta cuánto le costaba ir dos veces por semana a la abadía de las benedictinas, tal como ellas se lo habían impuesto, para hacerse hija de María, como lo habían sido sus hermanas, pero "¡Ah! Yo iba a la abadía sólo por la Santísima Virgen" (MA 40v); y pensando que la vida es tu navío no tu morada, se abismaba en el infinito y le parecía recibir el abrazo de Jesús y ver venir a su Madre del cielo... (ibidem).

 

Describiendo su habitación de Lisieux, después de salir del pensionado, mezcla de piedad y de curiosidades, escribe: "sobre este mueble (pequeño y blanco, repleto de mis libros y cuadernos...) estaba colocada una estatua de la Santísima Virgen, con jarrones siempre provistos de flores naturales y con velas" (MA 42v).

 


En París, donde les llevó su padre a ella y a Celina unos días antes de iniciar la peregrinación a Roma para enseñarles las maravillas de la ciudad, no encuentra más que una maravilla: Nuestra Señora de las Victorias. No puede describir lo que sintió a sus pies. La Virgen María le hizo comprender que fue realmente ella la que le sonrió y curó, que ella velaba por su persona, que era su hija de modo que no podía darle otro nombre que el de «Mamá», que me parecía más cariñoso aún que el de Madre (MA 57r). Allí le pide también, junto con San José, que vele por ellos en el viaje a Roma. Y en el viaje hacia Roma le causa una emoción profunda la visita de la santa Casa de la sagrada Familia en Loreto (MA 59v). Con qué sencillez y ternura describe los sentimientos que le embargaban en aquellos momentos. Y con qué fervor le pidió que la guardara siempre y que pudiera realizar pronto su sueño, escondiéndose a la sombra de su manto virginal. "¡Ah!, era este uno de mis primeros deseos de niña... Cuando crecí, comprendí que en el Carmelo me sería posible encontrar el verdadero manto de la Santísima Virgen y hacia la montaña fértil se dirigían todos mis deseos" (MA 57r). Para Teresita entrar en el Carmelo era poder vivir a sus anchas la vida mariana, poder vivir una vida enteramente mariana. El Carmelo es todo mariano. Entra para esconderse bajo el manto de María y en ese escondite vivir la vida de amor con Ella y como Ella. La vivió intensamente, especialmente en los días de su noviciado, como recordará al final de su vida: "Estaba enteramente escondida bajo el velo de la Santísima Virgen" (CA 11.7.2). Siendo novicia le escribe a Celina: "¿Y la Santísima Virgen? Celina, escóndete a la sombra de su manto virginal para que Ella te virginice" (Cta. 105: 10.5.1890).

 

Su vida en el Carmelo se ha ido desarrollando bajo la mirada de María y con su espíritu viviendo de Ella y con Ella. María aparece en momentos particulares de su vida. Cuando comienza a escribir el Manuscrito A, en el mes de enero de l895, se arrodilla delante de la imagen de la Virgen, pidiéndole que no trace ni una sola línea que no sea de su agrado. Le causa una emoción especial el hacer la profesión el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, Y se extraña de que no pueda concentrarse en el rezo del rosario, cuando lo reza sola, "pues amo tanto a la Santísima Virgen que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella... (MC 25v). Especialmente esta intimidad con la Virgen María la vive en el trato con las novicias. "La Santísima Virgen me demuestra que no está disgustada conmigo. Nunca deja de protegerme en cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud y me encuentro en un aprieto, me vuelvo rápidamente hacia Ella, y siempre se hace cargo de mis intereses, como la más tierna de las madres. ¡Cuántas veces hablando a las novicias me ha ocurrido invocarla y sentir los beneficios de su protección maternal!" (MC 25v-26r). María de la Trinidad, su novicia predilecta, testifica que un día le preguntó cómo adivinaba el estado de su alma y que la Santita le respondió: He aquí mi secreto; nunca os hago una advertencia sin antes invocar a la Santísima Virgen; le pido que me inspire lo que mayor provecho pueda proporcionaros (PO 468; EB 388). 

 


Nunca se ama demasiado a la Santísima Virgen. Escribe a su prima, María Guerín: "No temas amar demasiado a la Santísima Virgen, nunca la amarás lo suficiente, y Jesús estará muy contento, pues la Virgen es su Madre" (Cta. 92: 30.5.1889). Esta carta de cuando ella era novicia expresa lo que era su amor a María.

 

Durante su última enfermedad la presencia y experiencia marianas adquieren dimensiones altísimas. "No dejaba de hablar de la Santísima Virgen. Decía que otros santos hacen esperar su protección, en cambio la de la Virgen María es inmediata" (PA 268). Y el último día de su vida sobre la tierra, envuelta en las tinieblas de la prueba de la fe, en su agonía invocaba a su Madre del cielo y le decía: Querida Virgen María, ven en mi ayuda; y, mirándola, exclamaba: ¡Tú sabes que me estoy ahogando! Y le pide a la M. Inés: Madre, presénteme pronto a la santísima Virgen, porque soy un bebé que no puede más. Y a las seis de la tarde, cuando la campana conventual toca para el Angelus fijó su mirada en la estatua de la virgen, mirándola con inefable ternura.

 

Y las últimas letras que escribió sobre la tierra fueron para la Santísima Virgen: el 8 de septiembre de 1897 trazó estas líneas con mano temblorosa en el anverso de una estampa de Nuestra Señora de las Victorias: "¡Oh María! Si yo fuese la Reina del cielo y tú fueses Teresa, yo querría ser Teresa para que tú fueses la Reina del cielo" (Or 21).

 

P. Román Llamas ocd


Comentarios

Entradas populares de este blog

JESÚS MAESTRO (1 de 3)

Hasta pronto P. Román

LAUDEM GLORIAE (2 DE 19)