Hacer la voluntad del Padre es moverse por amor
Entregar totalmente la voluntad al
Señor, a Jesús, es hacer de ella el manjar de cada día, de cada momento. Es
moverse en todo por amor, porque lo único que le agrada a Dios en nosotros es
que le amemos y, amándole de verdad, hacemos su voluntad. Y amarle es
entregarle nuestra voluntad, nuestro amor. “Pero para llegar a este amor, el
alma debe haberse ‘entregado toda entera’, su voluntad debe haberse perdido
dulcemente en la de Dios para que sus ‘inclinaciones’, ‘sus facultades’ no se
muevan más que en este amor y por este amor. Hago todo con amor, sufro todo con
amor: tal es el sentido de lo que canta David: ‘Guardaré para ti mí fortaleza’
(Sal 58.10) Entonces ‘el amor la llena de tal manera, la absorbe y la protege’ tan
bien ‘que ella encuentra en todo el secreto de crecer en el amor’, ‘incluso en
sus relaciones sociales’. En medio de las preocupaciones de la vida, puede
afirmar con todo derecho: ‘Sólo en amar es mi ejercicio’” (CF 16) Y es que esta
voluntad con qué Dios actúa está siempre movida por el amor, es expresión del
amor de Dios. Escribe a la señora Anthés, a quien, como dice ella, le ha
traspasado el corazón materno una espada de dolor. “Pero querida señora la fe
nos dice que subamos más arriba, hasta ese Dios ‘que obra todas las cosas según
el consejo de su voluntad’ (Ef 1.11) como nos dice el apóstol San Pablo, y esa
voluntad, a veces tan mortificante, no deja de ser todo amor, ya que la caridad
es la misma esencia de Dios. San Juan lo define: ‘Deus charitas est’” (Cta 257:
inicio.1.1905)
Es el Padre del cielo el que prepara
el cáliz del dolor con su sabor. “Francisquita, mi felicidad crece con mi
sufrimiento. ¡Si supieras el sabor que se encuentra en el fondo del cáliz,
preparado por el Padre celestial!” (Cta 310: 9.9.1906)
P. Román Llamas ocd
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