HACER LA VOLUNTAD DEL PADRE DEL CIELO
Desde que Cristo nos reveló que vino
para hacer la voluntad de su Padre que le envió; desde que “entrando en este
mundo dice: No quisiste oblaciones ni Sacrificios, pero me has preparado un
cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces
yo dije: Heme aquí que vengo –en el volumen del libro está escrito de mí- para
hacer ¡oh Dios! Tu voluntad… Entonces dijo: He aquí que vengo para hacer tu
voluntad. En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la
oblación del cuerpo de Jesucristo, hecho una sola vez” (Heb 10.5-7,9-10). Y
desde que hizo de la voluntad de su Padre el manjar de cada día: “Mi alimento
es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34), hacer la voluntad del Padre
es la esencia de la santidad y de la perfección para todos los hijos de Dios.
Y desde que la Virgen María expone
ante el arcángel que le revela que va a ser la Madre de Dios que su actitud es
hacer la voluntad del Padre celestial: He aquí la esclava del Señor, hágase en
mí según tu palabra (Lc 1,38), los seguidores de Cristo se distinguen por ser
los que hacen en todo, la voluntad de Dios.
De estos dos hechos personales de
Jesús y María, perfectos cumplidores de la voluntad del Padre del cielo, los
maestros de la vida espiritual, a lo largo de la historia de la Iglesia, cuando
hablan de la santidad y la perfección cristiana colocan su esencia y sustancia
en hacer la voluntad de Dios. Han formulado esta regla: santidad es igual a
conformidad en todo con la voluntad de Dios. Valgan por todos estos textos de
Santa Teresa y San Juan de la Cruz, los dos grandes doctores de la vida
espiritual. Dice Santa Teresa: “En lo que está la suma perfección claro está
que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos, ni visiones, ni en
espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de
Dios que ninguna cosa entendamos que quiere que no la queramos con toda nuestra
voluntad y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que
lo quiere su Majestad” (F 4,10; cfr C7; 5M 3,3)
San Juan de la Cruz, explicando por
qué el alma tiene que liberarse de todos los apetitos voluntarios grandes,
pequeños y menores, da esta razón: “Y la razón es porque el estado de esta
divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad, con total
transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa
contraria a la voluntad de Dios, sino que en todos y por todo su movimiento sea
voluntad solamente de Dios. Que esta es
la causa por qué en este estado llamamos estar hecha una voluntad de Dios, la
cual es voluntad de Dios, y esta voluntad de Dios es también voluntad del alma.
Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría
hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía
Dios” (1S 11,2-3)
P. Román Llamas ocd
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