El sufrimiento como prueba de amor 5 de 5



En carta a Germana Gemeaux, ante la inminencia presentida de su muerte, le dice: “Gusto, experimento alegrías desconocidas. La alegría que el dolor qué suave y dulce es, querida Germana… Antes de morir abrigo la ilusión de ser transformada en Jesús crucificado, y esto me da mucho ánimo en el sufrimiento… Una santa escribía, hablando del Maestro: ‘¿Dónde, pues, habitaba Él sino en el dolor?’ En efecto, esta fue su residencia en los treinta años que pasó en la tierra, y sólo a los privilegiados se la hace compartir… Si supiese la felicidad inefable que goza mi alma pensando que el Padre me ha predestinado para ser conforme con la imagen de su Hijo crucificado… (Rom 8,29) Es San Pablo quien nos comunica esta elección divina, que parece ser mi porción” (Cta 324: 10.10.1906)

En carta a la señora Farrat, agradeciéndole una hermosa caja de deliciosos bombones Kalougas que le ha enviado y otros mil alivios, le dice: “Sufro mucho desde hace unos días” pero “la pobre enferma es muy feliz de sufrir por su Maestro. Sí, querida señora, nunca ha sido tan grande mi felicidad, nunca tan verdadera como desde que el Señor se ha dignado asociarme a los dolores del divino Crucificado, para que sufra en mi carne lo que falta a su Pasión (Col 1,24), como decía San Pablo” (Cta 326: 18.10.1906)

No quiero acabar este apartado sin recordar dos hechos recogidos en los Recuerdos. Uno es con ocasión de lo que escribe a una amiga que ha establecido su morada en el palacio real del amor donde vive con su Esposo Crucificado, la Hermana Isabel depositó cierto día en la celda de la Priora una caja de cartón representando una ciudadela con un puente levadizo. Junto a la puerta cerrada una Virgen de Lourdes. Janua coeli. A uno de los ángulos del torreón con sus almenas flotaba un pequeño estandarte con la siguiente inscripción: Ciudadela del dolor y del santo recogimiento de LAUDEM GLORIAE, en espera de la casa del Padre celestial. Bajo el puente levadizo las siguientes estrofas: ‘Amor meus crucifixus’. De Jesús una santa exclamaba: / ¿Donde habita sino en el dolor? / En él quiero yo tener mi morada, / enarbolando la cruz de mi Señor. / Lograré de tus alas a la sombra, / en ese alcázar santo penetrar, / en esa ciudadela do reposa / el corazón en inmutable paz.

Inmenso es su dolor, cantó David, el real vate, / contemplando las torturas del señor. / En esa inmensidad anhelo yo engolfarme / para transformarme en víctima de amor. (Recuerdos 13,24)

El otro hecho es el testimonio del médico que le curaba y visitaba con frecuencia, Isabel estaba embebida en la lectura y meditación de las cartas de San Pablo y así cuando entraba a visitarle le decía: ¿Qué hay, hermana? ¿Qué dice hoy San Pablo? Es algo extraordinario, añadía al salir. ¡Qué inteligencia y qué poesía! Y, admirado del valor y entereza con que llevaba sus terribles dolores, y que él, mejor que nadie comprendía, hizo esta confesión: Jamás he visto fortaleza y serenidad más grande en el dolor. Esta criatura está pasando un verdadero martirio. (Recuerdos, 13,22).

 

P. Román Llamas ocd

 

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