El sufrimiento como prueba de amor 2 de 5
Y,
cuando ya sabe que a los 22 años puede entrar en el Carmelo prorrumpe en estas
exclamaciones a Jesús su Esposo amado: “¡Oh!, envíame sufrimientos; quiero
compartir tus dolores… Jesús, mi supremo amor, no puedo vivir más sin sufrir,
cuando tu sufres. ¡Ah! Muy pronto seré toda tuya, viviré en la soledad, a solas
contigo solo, sin ocuparme de otra cosa más que de ti, no conversando sino
contigo… ¡Ah, ella tendrá que hacer un sacrificio, abandonando a las que más
ama! Pero siente dulzura infinita en este sacrificio, pues lo hace por ti, a
quien, por encima de todo, por ti que has herido su corazón” (D III: 27.3.1899;
D 124: 31.3.1899, viernes santo)
En ese
mismo día derrama su alma con estas reflexiones y ansias: “Os hago el
sacrificio de mi vida… Ah, quiero la cruz, quiero vivir en ella como fuerza y
sostén y tesoro, ya que Jesús la ha escogido para Él, la ha escogido también
para mí. Le doy gracias por esta señal de predestinación. ‘O cruz, ave spes unica’ ¡Oh!, si tú serás mi
sostén, mi fuerza, mi esperanza. Cruz santa, tesoro supremo que Jesús reserva a
los privilegiados de su Corazón, Quiero vivir contigo, morir contigo, a ejemplo
de mi Esposo amado, ¡sí, quiero vivir y morir crucificada! ¡Amor mío, ‘o
padecer o morir’
Te
devolveré amor por amor, sangre por sangre. Has muerto por mí, pues bien, yo
moriré cada día a mí misma. Cada día soportaré nuevos sufrimientos, un nuevo
martirio. Y eso por ti, a quien tanto amo” (D 126)
Y así
podríamos multiplicar los testimonios sobre el particular. Baste consignar lo
que escribe a la Señora Angles, una terciaria franciscana: “Veo que el Maestro
la trata como ‘esposa’ y la hace compartir su cruz. El sufrimiento es algo tan
grande, tan divino. Me parece que, si los bienaventurados en el cielo pudieran
envidiar algo, sería este tesoro. Es una palanca muy poderosa sobre el corazón
del Señor. Además, ¿no le parece que es dulce dar a quien se ama?... Querida
Señora, ¿quiere usted pedir para su amiguita esta pasión por el sufrimiento?
Por mi parte, se lo aseguro, pido al Señor que la sostenga en sus sufrimientos,
que deben ser tan penosos de soportar, ya que, a la larga, el alma se resiente
y pierde energía. Entonces no tiene más que hacer que acercarse al Crucificado
y su sufrimiento es la mejor oración. El P. Lacordaire, antes de morir, cuando abrumado
por el sufrimiento no podía orar, pedía su crucifijo y decía: ‘Yo le miro’.
Mire usted también y hallará junto a la Víctima divina fortaleza y alegría en
sus sufrimientos” (Cta 207: 14-16.8.1904)
Esta
actitud y experiencia que ha ido desgranando en sus cartas, Diario y Notas
íntimas se hace como obsesión en los últimos meses de su última enfermedad, la
enfermedad de Addison, entonces incurable, afección crónica de las glándulas suprarrenales
que no producen ya las sustancias necesarias para el metabolismo.
P.
Román Llamas ocd
Comentarios
Publicar un comentario