¿Qué es la interioridad? (1 de 2)



De varias maneras y fórmulas expresa Isabel de la Trinidad la interioridad.

La interioridad conlleva un morir a nosotros mismos. Para entrar dentro de nosotros, al más profundo centro, al abismo más hondo tenemos que morir a nosotros mismos. “Estáis muertos y vuestra vida escondida con Cristo en Dios. (Col 3,3) He aquí a San Pablo que viene a darnos luz, para alumbrar el sendero del abismo. ‘¡Estáis muertos!’  ¿Qué otra cosa quiere decir, sino que el alma que aspira a vivir en contacto con Dios ‘en la fortaleza inexpugnable del santo recogimiento’ debe estar ’separada, despojada, alejada de todas las cosas’ cuanto al espíritu? Esta alma encuentra en ella misma una sencilla inclinación de amor que va hacia Dios, hagan lo que hagan las criaturas; tal alma es invencible por las cosas que` pasan, ‘porque pasa por encima de ellas mirando a Dios” (CF 11, p. 99-1009) 

Una muerte que es una salida de nosotros mismos, salir totalmente de nosotros mismos “¡Lo que supone esta salida de sí! ¡Qué muerte! Digámoslo con palabras de San Pablo: ‘Quotidie morior’ El gran santo escribía a los colosenses: ‘Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Jesucristo en Dios’ (Col 3,3)

"He ahí la condición: ¡es necesario estar muerto! Sin esto se puede estar escondido en Dios a ciertas horas, pero no se vive habitualmente en este Ser divino porque las susceptibilidades, los egoísmos personales y el resto vienen a hacernos salir” (Ue 16, p.153; cfr n.44, p172)

La interioridad se realiza en una vida en común con la Trinidad en lo más hondo del alma. “Ellas viven, según la expresión de San Juan ‘en comunión’ (Jn 1,3) con las tres adorables Personas. Su vida es ‘común’, y esto es la vida contemplativa. Esta contemplación ‘conduce a la posesión’. Ahora bien, esta posesión sencilla es la vida eterna gustada en el lugar sin fondo. Es allí donde por encima de la razón nos espera la tranquilidad profunda de la inmutabilidad divina” (CF 14, p, 101-102) “El alma simple, ‘elevándose en virtud de su mirada interior, se concentra en sí misma y contempla en propio abismo el santuario donde ella es tocada’, con un toque de la Trinidad Santa. Ella ha penetrado así en su profundidad hasta su fundamento que es la vida eterna” (CF 21, p.107). “Para llegar a conseguir este ideal es necesario ‘mantenerse recogido dentro de sí mismo’, ‘permanecer en silencio en presencia de Dios’, mientras el alma ’se abisma, se dilata, se inflama y se funde en Él con una plenitud sin límites’” (CF 25, p.110)

El alma interior es un alma silenciosa, que vive en el silencio, que escucha en silencio. Que se abisma en un silencio profundo. Isabel de la Trinidad repite con frecuencia y con fórmulas variadas esta actitud de silencio como característica de la interioridad. La adoración es el amor que ante la inmensa grandeza, fuerza y belleza del Objeto amado cae en un silencio lleno, profundo, este silencio del que habla David al escribir: ‘¡El silencio es tu alabanza! Sí, es la más bella alabanza ya que es la que se canta eternamente en el seno de la apacible Trinidad, y es también el último esfuerzo del alma que rebosa y no puede decir más… (UEE 21, p.156). Un autor de la edad media, Adán de Perseigne, escribió que la Santísima Trinidad es amiga del silencio. (Cta 19) Y Santa Teresa escribe que la más alta comunicación de la Trinidad con el alma se realiza en el más profundo silencio. Estamos en las séptimas moradas. “Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y enseña, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no se había de oír ningún ruido (1Rey 6,7); así en este templo de Dios, en esta morada suya sólo Él y el alma se gozan en grandísimo silencio” (7M 3,11). Él, dice la misma Isabel cava en mi alma abismos, abismos que sólo Él puede llenar. Por eso me conduce a un silencio profundo del que no querría salir jamás. Y en carta a la Madre Germana, que escribe como si fuese la Virgen María, recordándole lo que ha hecho por ella, acaba que viene el Esposo cargado de sus dones, ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio! (Cta 316, p. 892)

 

P. Román Llamas ocd

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