Proceso de interioridad en ella (3 de 3)

 


En su ofrenda de amor, como el de Santa Teresita al Amor misericordioso, ahonda en la misma idea y sentimientos. Me ofrezco como víctima de holocausto. ¡Oh, hazme víctima de tu amor, que este martirio me haga morir…Quiero cumplir siempre tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Oh, Señor, quiero ser santa para ti, sé mi santidad, pues conozco mi debilidad” (NI 4: 16.11.1899). 

Este deseo ardiente de santidad es el que expresa al canónigo Angles, amigo de la familia. 

“Pida para mí esta santidad que deseo. Sí, yo quisiera amar como los santos, como los mártires” (Cta 91: 11.9.1901). Para ella ser carmelita equivale a ser santa. De ahí que ya en el Carmelo escribe a su tía Francisca Roulland que rece un poco por ella “para que llegue a ser una auténtica carmelita, es decir, ¡nada menos que una santa!” (Cta137:14.9.1902)   

Este proceso se consuma con su entrada en el Carmelo, 2 de agosto de 1901. A partir de esta fecha continua una ascensión ininterrumpida por el camino de la interioridad y forma un momento especial cuando se encuentra con este hallazgo: “Llevamos nuestro cielo en nosotras, pues Aquel que sacia a los bienaventurados con la luz de la visión y a nosotros se nos da en la fe y en el misterio, es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, porque el Cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mí y querría decir bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se realice esta oración de Cristo: Padre que sean consumados en la unidad” (Jn17,23) (Cta 122:15.6.1902)

 Este descubrimiento dio origen a su tratado espiritual El cielo en la fe. 

La última etapa de interiorización es el descubrimiento leyendo a San Pablo, de su vocación de ser Laudem gloriae en 1904, dos años antes de su muerte. Es el culmen de su interiorización y de su vida en el abismo sin fondo que es la Trinidad. 

De hecho, ella en sus escritos, en sus testimonios llama constantemente a la vida interior, a la vida escondida con Cristo en Dios, a una vida silenciosa y muy de dentro. De esta manera nos llama a salir de la superficialidad, de una vida vacía, porque sin vida interior no hay llenez ni plenitud de vida, a una vida de cultivo de los valores auténticos y evangélicos contra una vida desnaturalizada y mentirosa, que es lo que priva ahora. ¿Quién se aprecia y valora en todo lo que es realmente? Somos hechura de Dios, somos hijos de Dios, tenemos la vida de Dios, vivimos en y con la Trinidad Santa…pues vivamos como tales valorándonos en todas las circunstancias. San León Magno clamaba: ¡Oh, cristiano, aprecia tu dignidad tal, y háztela valorar en cada instante! 

La vida interior es Verdad, es la negación de la mentira. Todo hombre es mentiroso, porque no vive en Dios que es la Verdad, no vive en la interioridad ni en la unidad y ...

“un alma que discute con su yo, que se ocupa de sus sensibilidades, que va detrás de un pensamiento inútil, de un deseo cualquiera, esta alma dispersa sus fuerzas, no está ordenada a Dios… Hay allí demasiado de humano, hay disonancias” (UE 3.p.145)

 

P. Román Llamas ocd


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