María alabanza de gloria (2 de 2)
Una alabanza de
gloria es un alma que mira fijamente a Dios en la fe y en la simplicidad. Es un
reflector de todo lo que Él es. Es como un abismo sin fondo en el cual Él puede
verterse y expansionarse. Es también como un cristal a través del cual Él puede
irradiar y contemplar todas sus perfecciones y su propio esplendor. Un alma que
de este modo permite al Ser divino apagar en ella su deseo de comunicar todo lo
que Él es y todo lo que tiene, es, en realidad, la alabanza de gloria de todos
sus dones.
Una alabanza de
gloria es, en fin, un ser que siempre permanece en actitud de acción de
gracias. Cada uno de sus actos, de sus movimientos, cada uno de sus
pensamientos, de sus aspiraciones, al mismo tiempo que la arraigan más
profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno”
Se ha insistido en
la presentación de este ideal mariano de Isabel que encuentra una
correspondencia espiritual con la doctrina de San Juan de la Cruz en la Subida
del Monte Carmelo (3S 2). La unión con Cristo ofrece en María su ejemplaridad;
en una vida al mismo tiempo divina y cristiana, cristológica y marial,
claustral y eclesial. En Jesús y por Jesús, la Trinidad vive en ella y María es
el espejo fiel de esta vida.
Como vimos en otro
texto, ella posee la unidad y jamás la perderá. Esta frase de Ruysbroeck la
cita Isabel para hablar de una realidad que estima muchísimo: la unidad
interior. “Qué indispensable es esta bella unidad interior al alma que quiere
vivir en la tierra la vida de los bienaventurados, es decir, seres simples, de
espíritus… Y el alma así simplificada, unificada se hace trono del Inmutable,
ya que la unidad es el trono de la Santa Trinidad”
P. Román Llamas, ocd
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