LAUDEM GLORIAE (3 DE 19)

Esta expresión como nombre propio se encuentra por primera vez en la carta que escribe a un seminarista Chevignard el 25 de enero de 1904 y que acaba con estas palabras: Seamos, como dice San Pablo la alabanza de su gloria (Cta 191) Antes ha citado ampliamente la carta de San Pablo a los efesios, lo que significa que ella ha meditado largamente, “la magnífica carta de San Pablo”

Esta invitación que hace de pasada al seminarista, se la propone al canónigo Angles como una confidencia íntima: “Voy a hacerle una confidencia muy íntima: Mi sueño es ser la alabanza de su gloria (Ef 1,12). He leído esto en San Pablo y mi esposo me da a entender que esta es mi vocación en el destierro, mientras espero ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los santos. Pero eso necesita una gran fidelidad, pues para ser alabanza de gloria hay que estar muerta a todo lo que no es Él, para no vibrar más que con su toque, y la miserable Isabel tiene muchas desatenciones con su Maestro. Pero Él la perdona, su divina mirada la purifica y, como San Pablo, procura olvidar lo que está detrás para lanzarlo a lo que está delante” (Fil 3,13) (Cta. 256: fin 12,1905).

P. Román Llamas, ocd



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