El misterio de la Encarnación (1 de 2)


La Encarnación del Verbo en el seno de María es uno de los misterios que más hondamente conmueven a Isabel y que más le fascina. La actitud de María aparece como un ejemplo para hacer ver cómo la Encarnación del Verbo continúe realizándose en nosotros. En el misterio de la Inhabitación de Dios en María, Isabel encuentra la aspiración habitual del alma a la Virgen, que fue también la de la suya: adorar en mí al Dios escondido. “El Padre, inclinándose hacia esta criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que ella fuese la madre en el tiempo de aquel de quien él es el Padre en la eternidad. Entonces el Espíritu de amor, que preside todas las obras, de Dios sobrevino. La Virgen dijo su Fiat: He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38) y tuvo lugar el más grande de los misterios. Y por la bajada del Verbo a ella, María fue para siempre la presa de Dios” (CF 39).

Una de las particularidades de María que atrae sobre ella la mirada de Dios es para Isabel “la ignorancia de su belleza”, porque su mirada estaba vuelta a Dios y no sobre sí misma. El olvido de la propia belleza la hace todavía más atrayente a los ojos de Dios y más trasparente. Escribe a su hermana: “¡Oh!, déjame tomar, déjate invadir por su vida divina, para podérsela dar al querido pequeño, que llegará al mundo lleno de bendiciones. Piensa lo que pasaría en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en ella el Verbo encarnado, el Don de Dios…¡En qué silencio, en qué recogimiento, en que adoración más profunda debió sumergirse en el fondo de su alma, para estrechar a aquel Dios de quien era madre” (Cta 22.11.1903)


P. Román Llamas, ocd


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