LA VIRGEN MARÍA DE SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD (2 de 3)


        Isabel de la Trinidad es un producto de la gracia y un portento de la gracia, a la que corresponde con una fuerza de voluntad y con una fidelidad maravillosa. Era colérica, impetuosa y adquirió un dominio y un control de sí misma admirable. Un producto de la gracia que le lleva por caminos de interioridad. Como dice de María en ella todo se realiza en el interior. Su contacto don de Dios en el fondo de su alma es admirablemente maravilloso. Porque le ha descubierto en sí misma, lo ve en todas partes, pero de una manera vivísima. Lo mismo le descubre en la oración que en la colada; cuando le dicen que su Madre Priora ha rogado por ella, exclama: Me siento llena de felicidad, porque es lo mismo que si hubiese rogado por mí el Señor.  De ahí la luminosidad de su persona y de su vida. Isabel aparece luminosa y es que quien contempla a Dios será iluminado (Sal 33,6). Y ella lo contempla en el fondo de su alma y se llena de su luz. Para ella la Virgen María es fundamentalmente luminosa; una criatura tan pura, tan luminosa que parecía la misma luz. Sus últimas palabras, sello echado a toda una vida, son: Me voy a la luz, a la Vida, Al Amor. Y esta vida de luminosidad desde lo más hondo del alma, desde la más profunda interioridad va a ser su misión desde el cielo, como lo fue en la tierra. Y desde esta vocación de meter a las almas en el fondo silencioso para unirla a Dios habla de la Virgen María.


P. Román Llamas, ocd



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